Por Pablo Romera (@pabloromera)
Nueva York es una ciudad que siempre te sorprende. Más allá de sus rascacielos y edificios emblemáticos, es una de los destinos soñados y elegidos por viajeros de todo el mundo.
Hasta allá llegaron hace unos días, Lucía y Julián Álvarez, hermanos, amigos y fundadores de Pan de Garage. Pero lo que comenzó siendo un viaje de descanso, se transformó en una historia que aún no tiene final.
Antes de meternos en los viajes a Nueva York, las medialunas y otras curiosidades, repasemos un poco cómo comenzó el camino de Julián en la pastelería.
A mediados de 2020, en plena Pandemia, Juli y su hermana comenzaron con este emprendimiento familiar. Julián estudiaba enfermería y utilizaba sus tiempos libres para cocinar en el garage de su casa familiar, literal. Comenzó amasando pan de hamburguesas para sus amigos y conocidos, pero rápidamente se fue expandiendo.
Julián cocinando sus medialunas en La Cabra, Nueva York
Luego vinieron más desafíos. Como una especie de colmo para un panadero, le diagnosticaron celiaquía y tuvo que comenzar una dieta especial. Sin embargo, su pasión por los panificados nunca se modificó.
Más tarde el negocio se mudó a Lavalle 521 y rápidamente se convirtió en una de las propuestas más refinadas en la escena de la panadería local, muy especialmente en el ámbito de los laminados.
Hace unos años, Julián fue contactado por Eric, un rosarino que vivía en Dinamarca y que tenía intenciones de emprender en Argentina. La charla se extendió y Juli pudo asesorarlo para ese proyecto.
Esa ayuda desinteresada, tuvo su retorno el año pasado, momento en donde comenzó toda esta gran historia. “En 2023 viajé a Nueva York por primera vez y cuando estaba allá, publiqué una foto en Instagram y recibí el mensaje de Eric”, comienza explicando Julián.
“Me conto qué trabajaba en “La Cabra”, qué en este momento no estaba, pero sí quería, me podía contactar con el encargado de panadería qué tenía muy buena relación con él y seguro me invitaba a conocer la panadería por dentro. Obviamente le dije que sí, sin pensarlo mucho y sin mucho conocimiento de inglés, me mande”
Juli cuenta que Nueva York es una ciudad imponente, que tenes infinitas cosas para hacer y divertirte, aunque una vez que pasaron algunos días, ya quería conocer cosas vinculadas a la cocina, la pastelería. “Veía que había movimiento de gente todo el día y me intrigaba saber cómo funcionaba todo.”
“Eric me pasó la dirección del lugar, me tomé un subte y empezó esta locura. La Cabra es un lugar deslumbrante, con pastelería de primer nivel y muy enfocados en él café de especialidad. Cuenta con cafeterías en Dinamarca, Nueva York, Tailandia y Omán. En Nueva York está ubicado en un lugar increíble como East Village, que es un barrio residencial.
“Cuando llegue a la bakery, me presente y pregunte por Jared, el encargado de panadería. Le conté que tenía una panadería en Argentina y mi historia de emprendedor. Cuando le mostré el Instagram enseguida me invito a conocer la cocina”
En ese primer contacto, Julián le preguntó al encargado si había probado alguna vez una medialuna y no tenía idea de lo que estaba hablando, tenía muy poco conocimiento sobre la pastelería argentina.
Hace unos días, Juli volvió a Nueva York para pasear con su hermana. Una semana antes de viajar, le escribió un mensaje a Jared para avisar que iba a estar allá unos días.
“Le escribí y le pregunté si quería probar las medialunas y hacer una masa para todo su equipo. La respuesta fue que sí y a partir de ahí nos pusimos de acuerdo para encontrarnos cuando yo estuviese en Nueva York”, nos cuenta Julián.
Mientras Julián y su hermana Lucía paseaban por Nueva York, llegó la invitación formal para hacer las medialunas en la cocina de “La Cabra”. La propuesta era más de lo que se imaginaba y lo sorprendió. “cuando leí el mensaje no sólo me estaban invitando a hacer medialunas sí no qué me ofrecieron hacer una “colaboración” con La Cabra. Cuando un artista interviene la carta de un restaurant/ cafetería se llama pop up o colaboración. “La idea era hacer un especial semanal de medialunas y qué estén disponibles una semana en el mostrador para comprar. No lo podría creer, es una de las cafeterías más populares de Nueva York.”
Finalmente llegó el día y empezó la aventura. “Una vez que llegué a la cocina, nos empezamos a poner de acuerdo cómo íbamos a trabajar en el proceso, los ingredientes y la receta. Les dije que hagamos pruebas y que estandaricemos la receta para el futuro. El equipo era de gente joven muy talentosos y de todas partes del mundo.”
Como ocurre en todos los ámbitos de la vida y en cualquier lugar del mundo, los primeros momentos en la cocina no fueron fáciles, ingredientes nuevos, nueva maquinaria, un idioma diferente y la presión de querer hacer las cosas al 100%.
“Yo sentía que tenía que demostrar, que era algo lógico porque no puede llegar un día un chico de otro país a una cocina y enseñarles a todos porque sí. Al tercer día de trabajo, cuando la primera bandeja de medialunas se horneo, la situación cambió. Entré a la cocina y todos estaban comiendo medialunas, eso me dio tranquilidad por qué fue su manera de demostrar qué les gusto, él choque de culturas y sus maneras frías de expresar son muy diferentes a las latinas”
Más allá de esa primera sensación, Julián pudo adaptarse al equipo y los nuevos desafíos por herramientas que está conociendo en la especialización que realiza hoy en día. “A mí me sirvió mucho estar estudiando gerenciamiento gastronómico, te enseña a pararte en el lugar del capacitador, como adentrar en los equipos, como ordenar los procesos y relacionarse con más profesionalidad. Para mí fue una experiencia única porque pude implementar en otro país y con gente que no conocía, lo que estoy aprendiendo ahora.”
Pasaron los primeros días de organización, hasta que llegó uno de los momentos más esperados. “Cuando salió la primera tanda de medialunas pensé, salió todo increíble, ahora tengo que manejar las emociones, estar tranquilo porque una prueba no define nada. Quería que el producto les guste y creo que lo había logrado”, cuenta Juli.
Las ganas y el compromiso que lo caracteriza en la vida, hicieron que, lo que había empezado como una simple invitación a conocer la cocina, termine en una relación que hoy no tiene techo. “Después se dio algo increíble. Más allá de lo principal que eran las medialunas, empecé a ayudarlos con otras incomodidades panaderas. Me ofrecí a ayudarlos y se dio una sinergia muy fuerte, fue muy impactante.”
“Hoy seguimos en contacto y se abre una puerta nueva para hacer algo que a mí me gusta mucho que es asesorar, capacitar grupos de personas. Esta semana hablamos más de una hora por teléfono en la que pude ayudarlos con mi experiencia en la panadería y eso es increíble”, finaliza Juli.
Esta historia recién comienza y no sabemos cómo puede terminar. Sin embargo, lo que, si sabemos, es que Julián dejó su sello en Nueva York, como lo hace en cada emprendimiento que decide para su vida.