A pesar de tener
menos capacidad para diferenciar sabores en las comidas, y en contra de lo que
muchos piensan, los perros sí distinguen sabores. Existen diferentes
opiniones, pero parece que todas coinciden en que el dulce, el amargo y el
ácido son sabores que el perro puede distinguir, pero el salado les resulta
difícil de asimilar. Parece lógico ya
que en su evolución los perros han sido carnívoros por instinto, lo que ha
hecho que hayan consumido una cantidad de sal suficiente en su dieta cárnica y
no hayan necesitado desarrollar las papilas encargadas de detectar ese sabor.
Lo que hace que disfruten y les atraiga una comida es su extremadamente desarrollado sentido del olfato. De ahí que la industria de alimentos para perros ponga énfasis en los olores fuertes para la elaboración de sus productos. Si queremos conseguir que nuestro perro se sienta atraído por la dieta que le preparamos, tendremos que vigilar sobre todo en los aromas de la comida y descubrir cuáles son sus preferidos. Resulta evidente cuando el perro envejece y su sentido del olfato se debilita, ocasionándole una pérdida de apetito ya que no es capaz de oler los alimentos como antes.
Esta limitación en el
gusto, frente a la fortaleza en el olfato, puede esconder un riesgo elevado ya
que el olor atractivo de un objeto no comestible puede atraerle suficientemente
como para llegar a ingerirlo, sin que le preocupe el sabor del mismo. A
través de la ingesta de objetos o pequeños animales con olores atractivos,
nuestra mascota puede contagiarse de parásitos ocultos y desarrollar graves
enfermedades. Además, las personas
(especialmente los niños) se pueden infectar por algunos de estos parásitos y
conducir a signos clínicos, a veces incluso, graves.