En las últimas horas se conoció la triste noticia que un
veterinario cordobés se quitó la vida tras un hostil escrache en redes
sociales.
Al respecto, el reconocido colega bahiense Obe Giménez no
dudo en salir al cruce de la situación en redes sociales, y tras esto, en
charla con la redacción de BHInfo, profundizó respecto de un tema que
lamentablemente no es inusual.
Iniciando el diálogo el médico veterinario aseguró que “hoy
es un día muy triste para la profesión veterinaria porque un joven colega en
Córdoba se quitó la vida tras recibir violentos escraches en redes sociales y
agresiones en su local”.
Según explicó, “me niego a caer en los detalles de la
situación en la que se vio envuelto, porque se termina discutiendo sobre
anécdotas que solo intentan condenar a la víctima, como si hubiera alguna
situación en nuestra profesión que justificara perder una vida humana”.
Bajando al pago chico, Gimenez admitió que “por ahora no
conozco casos de suicidios o agresiones físicas graves, como las que han
ocurrido en ciudades más grandes que la nuestra”.
Haciendo un poco de memoria, confirmó que “hace 33 años que
volví a ejercer la profesión aquí y, aunque ya soy de “la vieja guardia”,
mantengo contacto frecuente con colegas de todas las generaciones. Puedo decir
que la aparición de agresiones y escraches pasó de ser algo “raro” a ser
“frecuente”, especialmente a partir de la masificación de las redes sociales”.
Por experiencia aseguró que “tal vez esto no sea conocido o
esté invisibilizado para el gran público, pero esta falta de percepción de la
violencia hacia los profesionales tiene una lógica detrás: cuando sos “escrachado”
e intentás aclarar o incluso defenderte mínimamente, lo único que lográs es aumentar
la circulación del escrache, que es lo último que deseas que suceda”.
Continuando con la charla sumó que “aparte del estudio y el
conocimiento, los mayores capitales que tenemos en la práctica privada son
nuestro nombre y prestigio, y estos nunca salen indemnes de ese tipo de
denuncias. El problema no es solo del ámbito privado: en la función pública, el
“escrache”, el repudio a algún servicio de Zoonosis y la movilización se han
convertido en herramientas políticas”.
Según su visión “no hay que temerle a la palabra “política”,
entendiendo esta como “la discusión del poder”, por pequeño que este sea. La
causa a favor de la protección animal está politizada en el mundo, y
especialmente radicalizada en Argentina y América Latina. Como en tantos otros
objetivos nobles, terminan creándose intereses, y a partir de estos se genera
un activismo al servicio de ellos”.
Agregando que “el animalismo está lejos de los ideales de
Sarmiento y Albarracín: las grandes entidades proteccionistas de hoy en día se sientan
con intendentes y candidatos y negocian esa capacidad de agitar, movilizar y
escrachar, todo a cambio de cargos, subsidios, contratos y visibilización de
sus entidades”.
Cerrando esa idea acotó que “en definitiva, militan para ser
los dueños del tema animal, no solo de su protección, sino también de la salud pública
veterinaria, el control de plagas, la vigilancia de zoonosis, etc. Poder y
política. Y, por supuesto, esa ambición de poder no se detiene en el
funcionario que tienen enfrente, menos si es veterinario. Al contrario: suele
ser el blanco preferido”.
“Es por eso que, en general, los veterinarios metabolizamos
estos ataques con las herramientas emocionales con las que contamos, buscando
apoyo entre familiares, amigos y otros colegas” concluyó ese concepto.
En otro pasaje de la charla Obe Gimenez indicó que “hay un
riesgo subyacente: existen estudios en todo el mundo que indican que la tasa de
suicidios entre veterinarios es de dos a cuatro veces superior a la media
poblacional. Esto ocurre por diversas razones, desde la alta probabilidad de
frustración por la evidente fragilidad de la vida de los pacientes, hasta el
escaso rédito económico de la profesión, una de las más bajas en relación a
otras carreras universitarias, al menos en Argentina”.
Agregando que “además, el ejercicio de la profesión
veterinaria suele ser una tarea bastante solitaria: las clínicas con muchos
profesionales son escasas y no hay contención institucional, como puede ocurrir
en un hospital para humanos”.
El veterinario del mismo modo subrayó que “la mayoría de los
veterinarios fuera de las grandes ciudades se enfrentan a lo que entra por la puerta,
solos, con chaqueta, termómetro y estetoscopio como únicos apoyos, diez o doce
horas por día. En ámbitos oficiales, aunque estén físicamente acompañados, los
veterinarios municipales enfrentan las tensiones de la política: podrán ejercer
la Salud Pública Veterinaria según su visión o no, aunque en la mayoría de los
casos la inestabilidad laboral será una constante”.
Para Gimenez, no hay una sola salida para este tema tan
complejo. “Me parece absurdo apelar a la empatía o al respeto colectivo: si hoy
se quitó la vida un colega es porque no los tuvo, y si no los tuvo es porque
probablemente no existan. Alguien dirá que “el respeto hay que ganárselo”, y
tendrá razón, pero no siempre hacer las cosas bien es suficiente. La injusticia
existe, y lo que le ocurrió a Leandro es prueba de ello”.
Del mismo modo, reconoció que “en principio, no soy
optimista. Las consecuencias “macro” de esta mala vibra solo se ven a largo plazo.
Por ejemplo, en Bahía, la atención de animales en horarios nocturnos o días no
laborables está complicada, considerando el tamaño de la ciudad. Una de las
razones que más se expresa cuando hablamos entre profesionales es el temor a no
poder manejar alguna situación violenta con un cliente (hay que recordar además
que la matrícula dedicada a la clínica de animales de compañía es
mayoritariamente femenina)”.
Cerrando la entrevista lanzó algunas preguntas: “¿Quiénes
pagan las consecuencias de las guardias escasas o inexistentes? Los animales.
En Salud Pública Veterinaria, hace casi 30 años que se insisten con discursos
dogmáticos sobre el control de la fauna urbana, plagas y zoonosis, sin lograr
resultados. Todo intento de cambio es resistido o llevado a un extremo falaz.
¿Quiénes sufren eso? Los animales. Tiene que pasar mucho tiempo para que estas
situaciones sean reconocidas por la gente y le importen de verdad a alguien con
capacidad de cambiar la realidad, si es que alguna vez eso ocurre”.
Por último, y tono esperanzador, afirmó que “lo único
positivo que veo es que, desde hace un tiempo, se empezó a hablar del tema, sin
generalizarlo (“le pasa a todas las profesiones”), minimizarlo (“no debe ser
para tanto”) o, mucho peor, invirtiendo la carga de la culpa, el nefasto “algo
habrá hecho”. Una nota como esta, hace 15 o 20 años, hubiera sido impensada.
Los veterinarios debemos juntarnos más, escucharnos y aprender a buscar apoyos
entre los colegas y nuestros afectos. La profesión es hermosa, pero nunca tan
valiosa como la vida”.